Ay...
Pero hoy quiero decir que yo lloro.
Pero al mismo tiempo no lo es. Me da rabia que se me tache de tonta, sensiblona. Y me da más rabia aún que me importe eso. Pero no es tonto llorar. Porque sólo los valientes lloran, como decía esa canción, “con la cara descubierta”.
Así que sí, a veces viene bien llorar. Echar unas lagrimillas, o ponerte a llorar a mares. Incluso aunque no sepas porqué lloras, llora. Llora, porque si no lo haces, tu pecho se va inundando. Poco a poco o a pasos agigantados, pero la tristeza se acumula como una montaña de arena. Los granitos inofensivos pueden ser poderosos si se reúnen. Llora de tristeza o de alegría. ¿Qué importa?
Pero llora, por favor. No te lo guardes dentro.
Sácalo y deja que los sollozos encojan tu pecho, que hipes y no consigas respirar, que tu cara esté bañada en lágrimas y tus mejillas sonrosadas. Deja que todo fluya, aunque parezcas un río en plena tormenta. No tengas vergüenza, porque llorar es normal. Nacemos llorando, vivimos llorando y cuando morimos, dejamos lágrimas tras nosotros. La vida es llorar de tristeza y alegría, de emoción y disgusto. Un constante sube y baja de emociones que se enredan en tu garganta formando un nudo digno de boy scout. Y aprieta, y se encoge, y te deja sin respiración.
Hasta que lloras.
Y ahí va el nudo, disuelto en lágrimas diminutas que recorren su camino a la libertad. Coges aire, hondo, muy hondo, hasta que no puedes más.
Y poquito a poquito, lo sueltas. ¿Lo ves? ¿Ves cómo hoy el sol brilla más, y la noche no es tan oscura?
Firmado: Una llorona en potencia.