Ella no tenía pensado levantar la vista del suelo. Por nada del mundo. Tampoco tenía planeado volver a casa -al menos en unas horas-, ni hablar con nadie. Últimamente nada era suficiente: si estaba acompañada, necesitaba más; si estaba sola, necesitaba menos.
Ella había escogido estar sola, martirizarse a base de hachazos mentales y cuchillos por la espalda. Era mucho más fácil pensar y pensar que buscar soluciones. Era más fácil chillar hasta quedarte sin voz que levantarse contra lo que nos molesta. Ella era de ese tipo de personas que no se dejan llevar por los impulsos. Era una persona racional, serena y fría.
Se dice que una persona racional es, al mismo tiempo, una persona complicada. La gente se aleja de las personas complicadas, les temen. Claro está que el ser humano tiende a alejarse de aquello difícil de comprender. Nos acomodamos a la vida. Ellas, por su parte, no se dejan llevar por las suaves corrientes del océano rutinario. Digamos, más bien, que nadan. Así, a su manera, podían controlar las aguas y mantener el orden en su espacio.
Las personas complicadas son las que caen las últimas. Son diamantes en bruto desperdigados en el más perfecto azar de un mundo regido por las causas y las consecuencias. Es raro encontrar dos juntas, a pesar de la fuerte atracción entre ellas.
Pero volvamos a Ella. Era una persona complicada, sí. Pero era tan fácil de llevar... Qué ironía. Era conformista, tranquila, silenciosa e inteligente. Era todo lo que un impulsivo buscaba. Quizás era eso... Quizás era perfecta e imperfecta a la vez. Quizás es cierto lo que dicen, que aspiramos a sueños imposibles.
Ella soportaba todo lo que le echasen. Si le dolía, mantenía la compostura hasta estar sola; si le molestaba, se tragaba las ganas de una buena contestación. Los impulsivos la podrían considerar tonta o ingenua, pero sabía lo que hacía. Comprendía que una respuesta rápida era cavar su propia tumba, y más valía aparentar fuerza que perder los estribos. Toda ella era una coreografía perfectamente ensayada, la mejor representación de El lago de los cisnes.
Probablemente si no viviera manteniendo el control habría cumplido muchos de aquellos sueños que nunca salieron de su pequeño frasco de cristal.
Y, sin embargo, ella no era hielo, era pura llama.
Ella no lloraba, ella sentía.
Ella no sonreía, ella brillaba.
Ella no gritaba, ella explotaba.
Ella no vivía, ella disfrutaba cada momento.
Y, sin embargo, ella no era hielo, era pura llama.
Ella no lloraba, ella sentía.
Ella no sonreía, ella brillaba.
Ella no gritaba, ella explotaba.
Ella no vivía, ella disfrutaba cada momento.
Ella era fuerte, serena y fría. Ella era única, valiosa y frágil.