Hace tiempo que no te escribo. Quizás es que soy feliz. ¿No es eso lo que pasa? ¿Que olvidas las rutinas y parece que vuelas? Es triste, desconocido, que se escriba solo de penas y melancolías. No me cabe en la cabeza —y me cuesta pensar que quepa en la de alguien— el hecho de que la tristeza inspire. ¿Estamos locos?
¡Qué ironía! Escribimos sobre lo que nos fastidia y nos causa dolor. Es tan fácil plasmarlo en papel que las manos se mueven por inercia y el cerebro se apaga. Cuando escribes cosas tristes, las palabras salen solas, anteriormente formadas en una cabeza que ya las ha exprimido lo suficiente.
La tristeza tiene un sabor amargo e incluso ácido, a zumo de limón —que, a propósito, no es de mi agrado—. Todos deberíamos hacer limonada; quizás echarle un poco de azúcar a una vida que solo sabe dar palos y poner piedras. ¿Y no es lo dulce algo mágico? ¿No es lo bueno algo confuso? Quizás sea eso lo que nos impide escribir, querido desconocido; lo que me impide escribir y que al mismo tiempo origina mi reflexión.
La vida es una paradoja que intenta ridiculizarnos cada tres minutos y medio, ¿no crees? Pero no me voy por las ramas —algo más que habitual en mí—. He averiguado la causa de la escasez de escritos alegres. Resulta, desconocido, que no sabemos expresarnos. ¡Chúpate esa! Ahora resulta que nosotros —sí: tú, yo, él, ella, nosotros, vosotros.... Todos— no tenemos palabras que logren definir la felicidad. Estamos tan acostumbrados a reflejar tristeza que cuando llega lo bueno nos paralizamos.
Ay de nosotros, de las paradojas andantes que somos, de la hipocresía que envuelve a lo que deseamos y lo que recibimos.
Acción-reacción. O quizás no.
La respuesta a la mirada que me echa cuando cree que yo no estoy mirándole. La sonrisa que formulan sus labios, cuando menea la cabeza y vuelve la vista hacia delante discretamente. El hecho de tenerle y no tenerle; de estar y no estar presente; de preguntar conociendo la respuesta. Esas cosas no tienen palabras que logren describirlas, porque no son hechos, son momentos. Y los momentos son abstractos, son fantásticos, y son creados en un plano superior al terrenal.
Y pienso que quizás no toda acción tiene una reacción. Que a veces alguien actúa y prefieres disfrutar del momento antes que poner en marcha a la razón. A veces lo mejor es esa espontaneidad insana, esa locura pasajera y ese sentimiento de no saber si tienes los pies en la tierra o algo te eleva en el aire.
¡Qué ironía! Escribimos sobre lo que nos fastidia y nos causa dolor. Es tan fácil plasmarlo en papel que las manos se mueven por inercia y el cerebro se apaga. Cuando escribes cosas tristes, las palabras salen solas, anteriormente formadas en una cabeza que ya las ha exprimido lo suficiente.
La tristeza tiene un sabor amargo e incluso ácido, a zumo de limón —que, a propósito, no es de mi agrado—. Todos deberíamos hacer limonada; quizás echarle un poco de azúcar a una vida que solo sabe dar palos y poner piedras. ¿Y no es lo dulce algo mágico? ¿No es lo bueno algo confuso? Quizás sea eso lo que nos impide escribir, querido desconocido; lo que me impide escribir y que al mismo tiempo origina mi reflexión.
La vida es una paradoja que intenta ridiculizarnos cada tres minutos y medio, ¿no crees? Pero no me voy por las ramas —algo más que habitual en mí—. He averiguado la causa de la escasez de escritos alegres. Resulta, desconocido, que no sabemos expresarnos. ¡Chúpate esa! Ahora resulta que nosotros —sí: tú, yo, él, ella, nosotros, vosotros.... Todos— no tenemos palabras que logren definir la felicidad. Estamos tan acostumbrados a reflejar tristeza que cuando llega lo bueno nos paralizamos.
Ay de nosotros, de las paradojas andantes que somos, de la hipocresía que envuelve a lo que deseamos y lo que recibimos.
Acción-reacción. O quizás no.
La respuesta a la mirada que me echa cuando cree que yo no estoy mirándole. La sonrisa que formulan sus labios, cuando menea la cabeza y vuelve la vista hacia delante discretamente. El hecho de tenerle y no tenerle; de estar y no estar presente; de preguntar conociendo la respuesta. Esas cosas no tienen palabras que logren describirlas, porque no son hechos, son momentos. Y los momentos son abstractos, son fantásticos, y son creados en un plano superior al terrenal.
Y pienso que quizás no toda acción tiene una reacción. Que a veces alguien actúa y prefieres disfrutar del momento antes que poner en marcha a la razón. A veces lo mejor es esa espontaneidad insana, esa locura pasajera y ese sentimiento de no saber si tienes los pies en la tierra o algo te eleva en el aire.
Lo nuestro es un sinsentido con más futuro que cualquier otra cosa; absurdamente bonito; inexplicablemente confuso.
Gracias, desconocido, por ser una vez más el diario más informal que puede existir, y al mismo tiempo el más adecuado. Si no hablo con alguien que no me juzga —aunque sea porque ni le conozco ni me conoce—podría explotar, o incluso volverme loca.
Ahora que lo pienso, en esos tiempos, la locura no me vendría nada mal...
ES MUY BUENO QUE ONDA
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