3.5.15

Relatividad eterna

He vivido ocho años de mi vida al otro lado del mundo. Estaba en el culo de la esfera, donde todo está al revés, la sangre se te sube a la cabeza y tienes que sujetarte el vestido para que no se te vean las bragas. 
He vivido ocho años de aeropuerto en aeropuerto, 448 horas de mi vida en un avión en pleno vuelo. 
La cosa es así.
He vivido ocho años fuera y, sin embargo, he estado más dentro que nunca. Y poco a poco me he ido dando cuenta de que todo depende. Me he dado cuenta de que lo que vale es realmente lo que perdura, de que hay personas que están ahí siempre y otras que... bueno, que desaparecen. 
Cuando las despedidas están a la orden del día y las presentaciones son tan normales como un café por la mañana, aprendes que es tan fácil decir "encantado" como "hasta siempre"; que la nostalgia y la melancolía son sinónimos de cariño y aprecio, y que alguien importante hoy puede ser un desconocido mañana. 
Si la velocidad depende de la fuerza, el peso y el viento en contra, en estos casos la situación es relativa, y cambia más veces que una niña cambia de vestido.

Quizás ahora mismo estoy y no estoy en los mejores años de mi vida. Los veinte, los fantásticos veinte años en los que todos queremos vivir. Locuras transitorias, amores apasionados, lágrimas duras y noches en vela. Quizás no soy consciente de lo que tengo y de lo que pierdo, y probablemente me arrepienta más adelante. Pero no quiero mirar atrás y darme cuenta de que lo que he vivido no ha valido la pena, y que esos ocho años que he pasado fuera y los doce que he pasado dentro no han servido de aprendizaje, interior o exterior, como queramos llamarlo.
Veinte años son muchos años ya para no darnos cuenta que el pasado, pasado está, y que con vistas al futuro una mochila en la espalda es demasiado peso. Y si todavía vivimos en la eterna "edad del pavo" -la mejor edad del mundo, por cierto- tropecemos una, y otra, y otra vez, pero siempre tropecemos hacia delante, porque tras nosotros no dejamos más que la esencia de lo que fuimos y de lo que no volveremos a ser.




Pues eso. Que voy a una velocidad de vértigo por la autovía, 
y está todo tan claro y borroso que... quizás estoy un poco perdida.

6.4.15

"Adamantos"

Ella no tenía pensado levantar la vista del suelo. Por nada del mundo. Tampoco tenía planeado volver a casa -al menos en unas horas-, ni hablar con nadie. Últimamente nada era suficiente: si estaba acompañada, necesitaba más; si estaba sola, necesitaba menos.
Ella había escogido estar sola, martirizarse a base de hachazos mentales y cuchillos por la espalda. Era mucho más fácil pensar y pensar que buscar soluciones. Era más fácil chillar hasta quedarte sin voz que levantarse contra lo que nos molesta. Ella era de ese tipo de personas que no se dejan llevar por los impulsos. Era una persona racional, serena y fría.  
Se dice que una persona racional es, al mismo tiempo, una persona complicada. La gente se aleja de las personas complicadas, les temen. Claro está que el ser humano tiende a alejarse de aquello difícil de comprender. Nos acomodamos a la vida. Ellas, por su parte, no se dejan llevar por las suaves corrientes del océano rutinario. Digamos, más bien, que nadan. Así, a su manera, podían controlar las aguas y mantener el orden en su espacio.

Las personas complicadas son las que caen las últimas. Son diamantes en bruto desperdigados en el más perfecto azar de un mundo regido por las causas y las consecuencias. Es raro encontrar dos juntas, a pesar de la fuerte atracción entre ellas.

Pero volvamos a Ella. Era una persona complicada, sí. Pero era tan fácil de llevar... Qué ironía. Era conformista, tranquila, silenciosa e inteligente. Era todo lo que un impulsivo buscaba. Quizás era eso... Quizás era perfecta e imperfecta a la vez. Quizás es cierto lo que dicen, que aspiramos a sueños imposibles. 
Ella soportaba todo lo que le echasen. Si le dolía, mantenía la compostura hasta estar sola; si le molestaba, se tragaba las ganas de una buena contestación. Los impulsivos la podrían considerar tonta o ingenua, pero sabía lo que hacía. Comprendía que una respuesta rápida era cavar su propia tumba, y más valía aparentar fuerza que perder los estribos. Toda ella era una coreografía perfectamente ensayada, la mejor representación de El lago de los cisnes.
Probablemente si no viviera manteniendo el control habría cumplido muchos de aquellos sueños que nunca salieron de su pequeño frasco de cristal.
Y, sin embargo, ella no era hielo, era pura llama.
Ella no lloraba, ella sentía.
Ella no sonreía, ella brillaba.
Ella no gritaba, ella explotaba.
Ella no vivía, ella disfrutaba cada momento.


Ella era fuerte, serena y fría. Ella era única, valiosa y frágil.

15.2.15

El día que soñé que lo tenía todo.

Mi, mío, sólo mío. Egoísmo en estado puro. Adjetivos posesivos propios de la primera persona del singular.
Que no me lo quiten que muerdo.
Cuidado, peligro de inundación. Cuidado, peligro de secuestro. Me lo llevo todo porque a mi me conviene. ¿Qué importan los demás cuando consigo lo que quiero?
No me reconozco. ¿Dónde estoy? Quizás perdida en esa infantil mueca de capricho y disgusto. Quizás me he ahogado en mi propio berrinche y no me he dado cuenta de que sabía nadar.
Cegada. Soy invidente de todo lo bueno que pasa cuando estoy demasiado preocupada por sinsentidos del presente del indicativo o suposiciones del pretérito imperfecto del subjuntivo. Y nunca mejor dicho: imperfecto, incierto, irreal.

Aviso: peligro de llantos. Próximas cascadas de ojos brillantes rebosantes de nostalgia, de recuerdos. Soy peligrosa porque quiero a demasiados barrancos de despedidas, más de lo que puede soportar mi inmaduro corazón.

Te quiero a ti. Quiero estar en tu cabeza a todas horas; que sueñes conmigo; que no me olvides. Quiero que a veces me necesites, que me abraces como único ancla de salvación, ese mismo que luego te hunde en las profundidades de su adicción.
Los quiero a ellos, a todos. Quiero que estén y no estén, pero que estén para que los pueda echar de mi cuarto. Quiero que se queden en mi vida. Quiero que atraviesen los doce mil kilómetros que nos separan y se presenten aquí conmigo. Quiero que discutamos; quiero enfadarme por cualquier tontería y chillar con mi orgullo por delante que la razón es mía, aún estando equivocada.
Sí, todo camino tiene dos direcciones. Pero yo soy egoísta y lo quiero a él y a ellos. Lo quiero todo porque sin eso no sería persona. Somos animales egoístas por naturaleza, que desde antes de ser creados ya participamos en una carrera por ser el primero en llegar a una meta de cuento de hadas. Tengo muchos más defectos que virtudes, pero siempre es mejor pensar que una virtud quita dos defectos. Suma y sigue.

Egoísta, sí; pero os quiero para mí y solo para mí.

26.11.14

Una relación es frecuencia.

“Una relación es frecuencia. La frecuencia con la que hacéis cosas juntos. La frecuencia con la que no hacéis cosas por separado. La frecuencia con la que os veis y os dejáis ver. La frecuencia con la que os echáis de menos. La frecuencia con la que os estáis de más. La frecuencia con la que sentís. Con la que os reís. Y con la que lloráis, también. La frecuencia de vuestros planes. La frecuencia de vuestros recuerdos. La frecuencia de las benditas discusiones y de las malditas reconciliaciones. Frecuencias y más frecuencias. Frecuencia con la que os acostáis. Frecuencia con la que os abrís los ojos. O la cabeza. O el corazón. Frecuencia con la que os apartáis estando juntos y con la que os unís desde la distancia. Qué fácil se olvida uno de la frecuencia con que se hacen las cosas. Qué pronto se nos pudren y se tornan rutinas. Y qué fácil es olvidarse de que si no hay frecuencia, ni hay relación ni hay nada, pues puede que aún se sea, pero desde luego que ya no se está”.

Un hábito es una frecuencia que nos gusta. Y un vicio es una frecuencia que nos hace mal. Cuántas relaciones que son hábito las mantenemos simplemente por vicio. Y cuántos vicios habituales acaban siendo un mero problema relacional.

Mi primera frecuencia en importancia fue, sigue siendo, y siempre será el error. Como le dije hace poco a alguien a quien aprecio, en esta vida encontrarás básicamente dos tipos de personas: la mala gente y los torpes. No hay punto medio, o vas a mala fe, o seguramente serás de los que se equivocan. Frecuentemente, sí. Por eso, hablar de frecuencias es hablar de distorsiones, de errores y de meteduras de pata. Dos veces en la misma piedra. Dos piedras de vez en vez.

Porque una vez es un punto, no tiene dirección en el espacio. Dos puntos, en cambio, marcan una línea recta. Y tres ya definen un plano. En cuanto existe más de un punto, ya intuimos un patrón. Una frecuencia. Y todo lo que se salga de ese tempo, es lo que acabamos llamando equivocadamente error".

Y hablando de errores. No hay mayor fallo que confundir frecuencias que se parecen mucho en apariencia, y sólo en apariencia. Por ejemplo, la frecuencia con la que se habla, que no tiene nada que ver con la frecuencia con la que se comunica. Porque hablar no es comunicarse. ¿A que parece obvio? Pues no lo es. Uno puede hablarse todos los días y no decirse nada. Repasar la agenda como quien recita el listín telefónico y dejar congelado el sentimiento de hoy, por si lo recaliento precocinado para otro día. Hablar es sólo emitir. Comunicarse es preocuparse por que, además, te reciban. Y por supuesto, por la calidad de lo que se haya recibido. Y qué es la calidad sino la correspondencia entre lo que se estaba emitiendo y lo que se recibió.

Otro error básico muy pero que muy mío. Explicarme a mí mismo y a los míos por qué hago lo que hago y siempre del mismo modo. Distintas frecuencias, sí, pero siempre con la misma explicación. Y no. Así no funcionan las razones. Las razones son seres vivos. Mascotas emocionales que adoptamos tras cada acto llevado a cabo, y que desde el nacimiento mismo de nuestro recuerdo, se vienen a vivir con nosotros. Y las alimentamos, y maduran, y se desarrollan, y nos hacen compañía, y nos ayudan a estar mejor. Las razones son el mejor amigo del hombre y la más fiel amiga de la mujer. Un día, viendo la tele, te las miras por un momento y piensas cómo es posible que hayan crecido tanto, que ya no las reconozcas, con la poca cosa que eran cuando te las llevaste. Porque están vivas, y donde dijiste digo, dices Diego, y la verdad es que las dos suenan igual de bien y de adecuadas para el momento actual. No es que seas un puñetero incoherente, que también. Pero qué significa ser incoherente. Significa que tus razones crecieron y se fueron de casa. Y te dejaron solo otra vez. Las muy putas. Qué decepción.

Una relación es frecuencia. Cambia cualquier frecuencia y estarás cambiando la relación.

O mejor aún, cuida mucho tus frecuencias. Estarás cuidando tu relación."

- Risto Mejide.

20.11.14

Tornados.

Que si. Que tengo miedo de perderte. Que quizás he llorado alguna que otra noche por el simple hecho de imaginar que algo podía acabar con esto. Y pensar que no te iba a ver al día siguiente y que no podría contarte lo que me corrompía por dentro era mil veces peor que pensar que a ti te podía molestar lo que yo pudiera haber dicho.
Que las palabras duelen como zarpas salvajes y los silencios están vacíos sin besos. Que para mí una noche sin despedida es como una cama sin almohadas, sin compañía.
Que quizás sea maniática y esté bastante más loca de lo que jamás llegué a creer, pero te quiero muchísimo más de lo que también he llegado a imaginar. 

Libertad máxima. Libertad dentro de lo que yo puedo soportar y de lo que yo puedo llegar a aceptar. Libertad para hacer lo que a cada uno le plazca sin tener la necesidad de consultar con nadie.
Tómate tu tiempo. Tómate todo el tiempo que necesites, aunque para mi sea el suplicio más grande por el que pueda haber pasado.
Tiempo necesita la gente para poner en orden su propio cacao mental. Tiempo necesito yo para aprender a no temer al tiempo, porque pasa y no vuelve. ¿De qué sirve vivir asustada por algo tan fugaz?
Las cosas pasan porque tenían que pasar, decían, pero yo me niego a dejar que las cosas pasen sin causa alguna. 

Orgullosos. Las cosas pasan cuando en vez de tragarse el capricho y el orgullo lo escupes a la cara.
Dejaré de dar vueltas en círculo alrededor de algo con una probabilidad ínfima y miserable. Porque para miserables aquellos que, como yo, giran y giran como peonzas, primero sobre sí mismas y luego sobre todo lo que encuentren a su paso. Curioso, porque eso me recuerda a un tornado, ese que alguna vez se llevó por delante la casita de Dorothy en Kansas. Es la ley del más fuerte la que dice que cuando llega lo imparable, todo se convierte en frágiles trozos de la escultura de cristal más delicada jamás creada. Intentar correr es ridículo e inútil. No se puede correr de uno mismo. 



Y al día siguiente, todo sigue igual. Paradójicamente, por donde pasó el tornado no hay ruinas, ni daños, ni gente asustada. No hay destrucción, consecuencias y medidas. No hay fin; quizás porque nunca hubo principio.
Normal, teniendo en cuenta de que era un tornado imaginario, un tornado mental; un sueño.
Todo estaba en mi loca y maniática cabeza. O en la de Dorothy.