Me hace gracia, sí, parece muy divertido el momento en el que me preguntas por qué me enamoré de ti sabiendo que tú no sentías lo mismo. Por qué no me dí por vencida y ni me rendí frente a ella, sino que seguí intentando escalar el muro de tu corazón. pero volvía a caer, una y otra vez. Claro, normal que tú no lo entiendas. Tampoco una persona que ronca sabe de sus ronquidos hasta que se lo dicen. Ni se entera un adolescente de que le gusta a otro si no se lo gritan a la cara. Simplemente necesitamos ese detonante que nos haga abrir los ojos y dejar de estar ciegos frente a lo que nos rodea.
Ahora me vuelves a preguntar que por qué me enamoré de ti, y te respondo, ya que me lo preguntas, que me enamoré de tus ojos. Esos pedazos ojos que son una estrella en el universo; que brillan con luz propia y que alimentan también mi luz. De tu boca, que pronunciaba mi nombre como si fuera una palabra mágica. De tu pelo, que caía sobre tu frente como la seda, y que de vez en cuando apartabas para observar fijamente algo que te interesaba de verdad. De tu sonrisa. Sí, esa que a veces me dirigías, pero que nunca fue como la de ella. De tu cuerpo, que encajaba perfectamente con el mío como si de un puzzle se tratara. Pero nunca intentaste unir las piezas. De tu voz, grave, suave y dulce. Un bálsamo para curar cualquier herida. ¿Pero qué digo?¿Por qué nombrar una por una cuando te puedo contestar en pocas palabras? Me enamoré de tu todo. Una pena que no sirviera de nada.