23.4.13

Hasta la pompa de jabón más firme termina explotando.

Estoy considerando la similitud entre las personas y las pompas de jabón. Y pensareis, con mucha lógica en realidad, que ya estoy desvariando. ¿Qué está diciendo?, te preguntarás. Pues no tengo ni la menor idea, pero yo misma he encontrado que me parezco a las pompas de jabón.
A ver, todas vienen de ese delgado botecito en el que mezclamos agua y jabón (¡fíjate! nuestro cuerpo también está conformado en gran parte por agua...).Vienen de un mismo lugar, como nosotros, y nacen todas de la misma manera. Y cada pompa es diferente a la otra. Algunas ni siquiera llegan a conformarse, y se quedan dentro del pequeño círculo. Por más que soples y soples, no hay manera. Otras, sin embargo, consiguen volar. Pero de un un simple toque de tu dedo se revienta, débil y frágil. Así son muchas personas. Tienen esa increíble capacidad de expresar lo que sienten fácilmente; pero también esa maldición de que es más sencillo dañarlas cuando todo está así de expuesto.
Y luego tenemos a las pompas firmes (en cuyo grupo me incluyo), que consiguen formarse elegantemente, y vuelan y vuelan sin cesar. Son esas que por más manotazos que les des, no se rompen.Vuelan contra viento y marea, se caen y se levantan, y luchan. Luchan contra todo lo que se le ponga por delante con garras y dientes. Pero a veces no lo pueden soportar más. A veces te echas a llorar sobre tu almohada y deseas que se haga de noche. Porque la noche es la compañía de toda tristeza, y la luna es la muda observadora.
Porque a veces las personas lloran, no porque sean débiles, sino porque llevan mucho tiempo siendo fuertes. Y nadie puede evitarlo; como nadie puede evitar que hasta la pompa de jabón más firme explote algún día.

13.4.13

Ahora, justamente ahora.

Ahora, justamente ahora, me doy cuenta de las distintas acepciones que se les puede dar a las palabras y a los silencios. Ahora, justamente ahora, que me he enamorado. Ahora, justamente ahora, he conseguido sentir en carne viva alegría y dolor; he dado y recibido; he llorado y sonreído. Ahora, justamente ahora, no dejo de pensar en ti, en nuestra historia, en nuestro cuento. Ahora, justamente ahora, pienso en el principio de todo. En cómo vivíamos a lo loco, disfrutábamos de la vida, ignorábamos las negativas; en cómo preferíamos salir a cenar antes que quedarnos en casa en un día de lluvia; en cómo me esperabas cuando llegaba tarde (lo cual pasaba habitualmente); en cómo tus abrazos eran adictivos. Entonces, justamente entonces, descubrí que a veces las palabras sobran y los silencios llenan. En ese entonces comprendí por qué Bécquer daría un mundo por una mirada, por qué daría un cielo por una sonrisa. Y todavía no sé qué daría por un beso tuyo. Pero ahora, justamente ahora, también entiendo a Neruda. Y también escribiría los versos más tristes; esta noche, porque ya no te tengo, pero te tuve. Y ya sabes lo que dicen, que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. Soy tonta, sí. Soy tonta porque ahora, justamente ahora, me he dado cuenta. Pero tarde, como siempre. Porque las palabras que antes sobraban ahora las buscamos desesperadamente, y los silencios que antes llenaban han empezado a matarnos.


2.4.13

Siempre fue más que un beso.

Confidentes. Éramos eso. Un ente en dos cuerpos. Adorábamos las películas de acción, las palomitas dulces, el chocolate, la pizza de la vida (esa de jamón y piña, dulce y salada). Nos encantaba pasear por el parque, leer, el café con leche y las tostadas con mermelada. Y lo estropeamos todo en una sola noche. Me invitaste al cine, a cenar a nuestro restaurante favorito. Tú, con una cerveza casi acabada. Yo, con mi Coca Cola por la mitad. Tú, con esa postura relajada que tanto te caracteriza; yo, con esa sonrisa tonta que sólo me sale cuando estoy contigo. Hablando, riendo, mirándonos. Porque aunque no dijéramos nada, estaba todo dicho. Una mirada decía mucho más que la palabras. A lo mejor eso fue lo que pasó esa noche. Eran las doce y media pasadas, y llegamos a mi casa en tu coche. Y fue al despedirnos cuando nuestros ojos se encontraron, de una manera completamente diferente. Los tuyos, de un verde profundo, como el bosque en pleno verano; los míos, chocolate, como tú los describías. Dulces y adictivos. Y poquito a poco acortaste la distancia y juntaste tus labios con los míos. Dios, que suaves, que dulces, que tiernos. Me gustaba demasiado, y ahí estaba el problema. El miedo controló mi cuerpo. Era puro terror a perderte por aquella estupidez. Así que hice lo que la mayoría hace cuando se encuentra con un muro que no sabe como cruzar. Huí. Pero no llegué muy lejos, porque al día siguiente me buscaste. Y sólo había sido un impulso, una tontería. Y así, como si nada, seguimos con nuestra vida. O por lo menos tú, porque oh, chico...Para mí siempre fue mucho más que un beso.