12.10.14

Temiéndonos.

Temer al miedo es temer a nuestra propia imaginación. Temer a lo que podamos llegar a pensar o decir es temer a nuestra razón. Temer a alguien es temer a nuestra capacidad de selección. Y temer por lo que alguien pueda pensar o hacer es temer a nuestra propia confianza.
Temer es, simplemente, temernos.
La gente suele pensar que quien teme es un cobarde, pero cobardes somos todos. Si me equivoco, que lance la primera piedra el que nunca ha tenido miedo -si tiene huevos para hacerlo-. Que venga aquel que se considera valiente al cien por cien y me demuestre que temer es solo cosa de personas que no soportan el riesgo. Que se ponga delante y me mire a los ojos sin apartar ni un segundo la vista con incomodidad.Que me diga cobarde, si se atreve.
Temer al vacío es temer a la incertidumbre. Temer al silencio es:



Exacto. Temer a la falta de palabras con un significado. Temer a que lo escrito entre comillas con tinta invisible sea aquello que menos deseamos escuchar. Temer al espacio en blanco.
Pensamos demasiado en espacios en blanco. Paradójicamente, damos más vueltas donde no hay nada que rodear antes que pasearnos entre letras llenas de historia, de realidad.
Y es que lo vacío está tan lleno que asusta. O, por lo menos, eso intentamos nosotros. Porque eso de que con el silencio se dicen muchas cosas es para los verdaderos cobardes que no se atreven a alzar la voz.
Pero que miedo da el silencio cuando te lo encuentras a la vuelta de la esquina. Que miedo da una falta de respuesta cuando las palabras dichas no vienen de la razón. Miedo al momento en que desviaste la mirada y mantuviste el rostro serio. Miedo a lo que se te pudo pasar por la cabeza en cierta ocasión. Miedo a hacer daño... y que te lo hagan.
Temer que no me quieras ha podido llegar a ser mi mayor miedo durante este tiempo. No sé si pensar que soy algo paranoica, y simplemente contártelo. Puede que decida pasar del tema -aunque, sinceramente, no es mi estilo-. Y la otra opción es que te lo escriba -y eso sí que te lo esperas-.
Por eso te digo que odio el silencio cuando tú me miras; que las palabras vacías de la razón ni me van ni vienen, simplemente no me llegan. Que si apartas la mirada es porque te pasa algo, y si respondes con monosílabos es que temes que a mi me duela. Que si sonríes, es de verdad, y que verte llorar me parte el alma.
Soy cobarde porque temo a los silencios cargados de ruido; temo a las puñaladas al corazón; temo a abrazos vacíos y besos secos.
Soy cobarde, y lo acepto. Quizás por eso soy valiente. Quizás por eso te escribo esto.



Valientes somos aquellos que queremos a alguien de pocas palabras.
Valientes somos los que entendemos sus silencios.
Valientes los que adivinan su miradas.
Valientes los que tememos.


PD: Y, sin embargo, no sabes lo feliz que me haces cuando hablas.

6.10.14

Moléculas de almas.

Son tristes los momentos en los que lo único que quieres es llorar. Incluso podría llegar a decir que son pesadillas de las cuales no puedes despertar. Son terribles realidades.
¿Por qué la realidad tiene que ser tan parecida a un jarro de agua fría? ¿Por qué se empeña en congelar los huesos y fastidiar aquello que una vez fuimos? Los castillos de arena que construimos en pleno verano han caído poco a poco, como las hojas del otoño que vivimos.


A veces solo me consuela llorar. A veces solo me consuelas tú. 

A veces lo mejor es encerrarse en una habitación y llorar hasta que no queden lágrimas que resbalen por unas mejillas enrojecidas. A veces lo mejor es dejarse llevar hasta que te duermas, agotada de tanto pensar en cosas que tienen la importancia que tú les das.
Y le das vueltas a las cosas. Me dicen que llorando se pasa la pena, pero para mí, llorar tan solo la incrementa. Círculos viciosos de lágrimas que ven caer otras lágrimas y las siguen en un suicidio colectivo. Porque si los ojos son el espejo del alma, una lágrima es cada mínimo trozo de alma rota que alguna vez chocó contra una pared y se hizo trizas.

Daría mucho por ser de esas personas que lo llevan todo con naturalidad. Quizás sería más fácil dejarse llevar con la ignorancia o el desinterés. Incluso pensaría en frialdad. Esa que congela los huesos, esa que es el otro extremo de la balanza y que desequilibra las preocupaciones, precipitándose al vacío del olvido.

Ojalá pudiera pensar en nada. Ojalá aprendiera de una maldita vez a dejar la mente en blanco y dormir sin un nudo en la garganta que baje hasta el estómago. Ojalá con cuatro respiraciones profundas o un movimiento de nariz se solucionara todo. Ojalá con un abrazo me hiciera olvidar para siempre; o por un rato. Solo pido unos minutos en los que la cabeza deje de pensar que tiene que preocuparse por cosas banales.
Solo unos minutos con él parecen suficientes para desahogarme por completo. Yo misma me inundo y pincho la única balsa que puede salvarme. Yo misma sumerjo la cabeza, cierro los ojos y la boca y espero. Espero hasta que una mano me tira del pelo y me trae de vuelta a la realidad. Puede ser él, pueden ser ellos, pueden ser todos. Me chillan susurros lejanos que tocan pero no arañan. Son agujas que intento clavar hondo, para que por fin surtan el efecto deseado.

Lo siento. Por no conseguirlo y por seguir pensando.
Lo intento. Con todas mis fuerzas, con todas mis ganas.

1.10.14

Derrumbes insignificantes.

Alguien me dijo una vez que los océanos creados a partir de charcos de agua son los que amargan la vida más dulce; que los problemas más insignificantes son aquellos a los que damos mayor importancia. También me dijo que era una estúpida por llorar por quien no lo merecía, y por gastar lágrimas que podrían ser requeridas en un futuro irremediablemente cercano. En ese momento no consideré su postura, y la ignoré tanto como ignoras al aire que respiras. 
Curiosamente, tanto el aire como ese consejo son vitales para que mi vida siga corriendo hacia ese futuro irremediablemente cercano. 
¡Qué paradójica es la vida! ¡Qué ilusos somos! Qué débiles, qué...
Qué frágiles. 
Nunca me había percatado de la belleza de un cisne de cristal, y de lo poco que dura en las manos equivocadas. No me había dado cuenta de lo fácil que es desaparecer entre la multitud de personas en un concierto, hundirse bajo el agua caliente de una bañera llena de espuma, perderse entre los árboles del parque que te recordaba a tu infancia.
Somos ese trozo de chocolate que se siempre se hunde en el bizcocho, el tornillo del pendiente en un suelo de azulejos. Somos esa débil luz que titila junto a la farola más potente del centro de Nueva York.

Somos nada, y al mismo tiempo, parte y todo.

Las partes conforman un equilibrio. Sin uno no hay dos, sin luz no hay oscuridad y sin carencia no hay necesidad. Que el sol después de la lluvia es lo más bonito que podemos ver.
Que la solución es la cara buena de un problema. 

Sin ti no hay nosotros.

Podemos seguir centrados en los charcos de agua y chapotear en ellos sin sentido, pero también podemos dar un salto y volver a una acera que lleva a todas partes. Quizás nos equivoquemos y volvamos a pisar otro charco; quizás nunca comprendamos el porqué de la necesidad de seguir saliendo de cada uno de ellos. Quizás ni la suma de las vidas de todos los seres vivos del planeta sea suficiente para que logremos entender lo que nunca nos entrará en la cabeza: que lo que parece una montaña tan solo es un cúmulo de granos de arena que se desmorona con un soplo de viento.
Hay gente que chapotea tan fuerte que todos centran su atención en ella, y normalmente son los que más ruido hacen aquellos que más ayuda necesitan. Pero hay otros que intentan no levantar mucha agua y evitar molestar a los que caminan a su alrededor en la acera. Y no por eso no están en los charcos más profundos; no por eso les importa menos; no por eso sienten menos; no por eso son más felices. 

Cada diez segundos hay un pequeño derrumbe dentro de una persona y hay un pie que se hunde en un charco que, en ese momento, todavía es pequeño. Cada diez segundos cae una roca más grande de la cumbre y el pie se hunde hasta el tobillo. Pero cada diez segundos dos personas se besan intensamente, miles de niños sonríen a carcajadas y millones de personas respiran vida. Saber decidir si esos diez segundos van a ser increíbles o destructivos solo depende de ese cisne de cristal que cayó en manos equivocadas. 

Diez segundos no son nada, y al mismo tiempo, parte y todo.