26.11.14

Una relación es frecuencia.

“Una relación es frecuencia. La frecuencia con la que hacéis cosas juntos. La frecuencia con la que no hacéis cosas por separado. La frecuencia con la que os veis y os dejáis ver. La frecuencia con la que os echáis de menos. La frecuencia con la que os estáis de más. La frecuencia con la que sentís. Con la que os reís. Y con la que lloráis, también. La frecuencia de vuestros planes. La frecuencia de vuestros recuerdos. La frecuencia de las benditas discusiones y de las malditas reconciliaciones. Frecuencias y más frecuencias. Frecuencia con la que os acostáis. Frecuencia con la que os abrís los ojos. O la cabeza. O el corazón. Frecuencia con la que os apartáis estando juntos y con la que os unís desde la distancia. Qué fácil se olvida uno de la frecuencia con que se hacen las cosas. Qué pronto se nos pudren y se tornan rutinas. Y qué fácil es olvidarse de que si no hay frecuencia, ni hay relación ni hay nada, pues puede que aún se sea, pero desde luego que ya no se está”.

Un hábito es una frecuencia que nos gusta. Y un vicio es una frecuencia que nos hace mal. Cuántas relaciones que son hábito las mantenemos simplemente por vicio. Y cuántos vicios habituales acaban siendo un mero problema relacional.

Mi primera frecuencia en importancia fue, sigue siendo, y siempre será el error. Como le dije hace poco a alguien a quien aprecio, en esta vida encontrarás básicamente dos tipos de personas: la mala gente y los torpes. No hay punto medio, o vas a mala fe, o seguramente serás de los que se equivocan. Frecuentemente, sí. Por eso, hablar de frecuencias es hablar de distorsiones, de errores y de meteduras de pata. Dos veces en la misma piedra. Dos piedras de vez en vez.

Porque una vez es un punto, no tiene dirección en el espacio. Dos puntos, en cambio, marcan una línea recta. Y tres ya definen un plano. En cuanto existe más de un punto, ya intuimos un patrón. Una frecuencia. Y todo lo que se salga de ese tempo, es lo que acabamos llamando equivocadamente error".

Y hablando de errores. No hay mayor fallo que confundir frecuencias que se parecen mucho en apariencia, y sólo en apariencia. Por ejemplo, la frecuencia con la que se habla, que no tiene nada que ver con la frecuencia con la que se comunica. Porque hablar no es comunicarse. ¿A que parece obvio? Pues no lo es. Uno puede hablarse todos los días y no decirse nada. Repasar la agenda como quien recita el listín telefónico y dejar congelado el sentimiento de hoy, por si lo recaliento precocinado para otro día. Hablar es sólo emitir. Comunicarse es preocuparse por que, además, te reciban. Y por supuesto, por la calidad de lo que se haya recibido. Y qué es la calidad sino la correspondencia entre lo que se estaba emitiendo y lo que se recibió.

Otro error básico muy pero que muy mío. Explicarme a mí mismo y a los míos por qué hago lo que hago y siempre del mismo modo. Distintas frecuencias, sí, pero siempre con la misma explicación. Y no. Así no funcionan las razones. Las razones son seres vivos. Mascotas emocionales que adoptamos tras cada acto llevado a cabo, y que desde el nacimiento mismo de nuestro recuerdo, se vienen a vivir con nosotros. Y las alimentamos, y maduran, y se desarrollan, y nos hacen compañía, y nos ayudan a estar mejor. Las razones son el mejor amigo del hombre y la más fiel amiga de la mujer. Un día, viendo la tele, te las miras por un momento y piensas cómo es posible que hayan crecido tanto, que ya no las reconozcas, con la poca cosa que eran cuando te las llevaste. Porque están vivas, y donde dijiste digo, dices Diego, y la verdad es que las dos suenan igual de bien y de adecuadas para el momento actual. No es que seas un puñetero incoherente, que también. Pero qué significa ser incoherente. Significa que tus razones crecieron y se fueron de casa. Y te dejaron solo otra vez. Las muy putas. Qué decepción.

Una relación es frecuencia. Cambia cualquier frecuencia y estarás cambiando la relación.

O mejor aún, cuida mucho tus frecuencias. Estarás cuidando tu relación."

- Risto Mejide.

20.11.14

Tornados.

Que si. Que tengo miedo de perderte. Que quizás he llorado alguna que otra noche por el simple hecho de imaginar que algo podía acabar con esto. Y pensar que no te iba a ver al día siguiente y que no podría contarte lo que me corrompía por dentro era mil veces peor que pensar que a ti te podía molestar lo que yo pudiera haber dicho.
Que las palabras duelen como zarpas salvajes y los silencios están vacíos sin besos. Que para mí una noche sin despedida es como una cama sin almohadas, sin compañía.
Que quizás sea maniática y esté bastante más loca de lo que jamás llegué a creer, pero te quiero muchísimo más de lo que también he llegado a imaginar. 

Libertad máxima. Libertad dentro de lo que yo puedo soportar y de lo que yo puedo llegar a aceptar. Libertad para hacer lo que a cada uno le plazca sin tener la necesidad de consultar con nadie.
Tómate tu tiempo. Tómate todo el tiempo que necesites, aunque para mi sea el suplicio más grande por el que pueda haber pasado.
Tiempo necesita la gente para poner en orden su propio cacao mental. Tiempo necesito yo para aprender a no temer al tiempo, porque pasa y no vuelve. ¿De qué sirve vivir asustada por algo tan fugaz?
Las cosas pasan porque tenían que pasar, decían, pero yo me niego a dejar que las cosas pasen sin causa alguna. 

Orgullosos. Las cosas pasan cuando en vez de tragarse el capricho y el orgullo lo escupes a la cara.
Dejaré de dar vueltas en círculo alrededor de algo con una probabilidad ínfima y miserable. Porque para miserables aquellos que, como yo, giran y giran como peonzas, primero sobre sí mismas y luego sobre todo lo que encuentren a su paso. Curioso, porque eso me recuerda a un tornado, ese que alguna vez se llevó por delante la casita de Dorothy en Kansas. Es la ley del más fuerte la que dice que cuando llega lo imparable, todo se convierte en frágiles trozos de la escultura de cristal más delicada jamás creada. Intentar correr es ridículo e inútil. No se puede correr de uno mismo. 



Y al día siguiente, todo sigue igual. Paradójicamente, por donde pasó el tornado no hay ruinas, ni daños, ni gente asustada. No hay destrucción, consecuencias y medidas. No hay fin; quizás porque nunca hubo principio.
Normal, teniendo en cuenta de que era un tornado imaginario, un tornado mental; un sueño.
Todo estaba en mi loca y maniática cabeza. O en la de Dorothy.

12.10.14

Temiéndonos.

Temer al miedo es temer a nuestra propia imaginación. Temer a lo que podamos llegar a pensar o decir es temer a nuestra razón. Temer a alguien es temer a nuestra capacidad de selección. Y temer por lo que alguien pueda pensar o hacer es temer a nuestra propia confianza.
Temer es, simplemente, temernos.
La gente suele pensar que quien teme es un cobarde, pero cobardes somos todos. Si me equivoco, que lance la primera piedra el que nunca ha tenido miedo -si tiene huevos para hacerlo-. Que venga aquel que se considera valiente al cien por cien y me demuestre que temer es solo cosa de personas que no soportan el riesgo. Que se ponga delante y me mire a los ojos sin apartar ni un segundo la vista con incomodidad.Que me diga cobarde, si se atreve.
Temer al vacío es temer a la incertidumbre. Temer al silencio es:



Exacto. Temer a la falta de palabras con un significado. Temer a que lo escrito entre comillas con tinta invisible sea aquello que menos deseamos escuchar. Temer al espacio en blanco.
Pensamos demasiado en espacios en blanco. Paradójicamente, damos más vueltas donde no hay nada que rodear antes que pasearnos entre letras llenas de historia, de realidad.
Y es que lo vacío está tan lleno que asusta. O, por lo menos, eso intentamos nosotros. Porque eso de que con el silencio se dicen muchas cosas es para los verdaderos cobardes que no se atreven a alzar la voz.
Pero que miedo da el silencio cuando te lo encuentras a la vuelta de la esquina. Que miedo da una falta de respuesta cuando las palabras dichas no vienen de la razón. Miedo al momento en que desviaste la mirada y mantuviste el rostro serio. Miedo a lo que se te pudo pasar por la cabeza en cierta ocasión. Miedo a hacer daño... y que te lo hagan.
Temer que no me quieras ha podido llegar a ser mi mayor miedo durante este tiempo. No sé si pensar que soy algo paranoica, y simplemente contártelo. Puede que decida pasar del tema -aunque, sinceramente, no es mi estilo-. Y la otra opción es que te lo escriba -y eso sí que te lo esperas-.
Por eso te digo que odio el silencio cuando tú me miras; que las palabras vacías de la razón ni me van ni vienen, simplemente no me llegan. Que si apartas la mirada es porque te pasa algo, y si respondes con monosílabos es que temes que a mi me duela. Que si sonríes, es de verdad, y que verte llorar me parte el alma.
Soy cobarde porque temo a los silencios cargados de ruido; temo a las puñaladas al corazón; temo a abrazos vacíos y besos secos.
Soy cobarde, y lo acepto. Quizás por eso soy valiente. Quizás por eso te escribo esto.



Valientes somos aquellos que queremos a alguien de pocas palabras.
Valientes somos los que entendemos sus silencios.
Valientes los que adivinan su miradas.
Valientes los que tememos.


PD: Y, sin embargo, no sabes lo feliz que me haces cuando hablas.

6.10.14

Moléculas de almas.

Son tristes los momentos en los que lo único que quieres es llorar. Incluso podría llegar a decir que son pesadillas de las cuales no puedes despertar. Son terribles realidades.
¿Por qué la realidad tiene que ser tan parecida a un jarro de agua fría? ¿Por qué se empeña en congelar los huesos y fastidiar aquello que una vez fuimos? Los castillos de arena que construimos en pleno verano han caído poco a poco, como las hojas del otoño que vivimos.


A veces solo me consuela llorar. A veces solo me consuelas tú. 

A veces lo mejor es encerrarse en una habitación y llorar hasta que no queden lágrimas que resbalen por unas mejillas enrojecidas. A veces lo mejor es dejarse llevar hasta que te duermas, agotada de tanto pensar en cosas que tienen la importancia que tú les das.
Y le das vueltas a las cosas. Me dicen que llorando se pasa la pena, pero para mí, llorar tan solo la incrementa. Círculos viciosos de lágrimas que ven caer otras lágrimas y las siguen en un suicidio colectivo. Porque si los ojos son el espejo del alma, una lágrima es cada mínimo trozo de alma rota que alguna vez chocó contra una pared y se hizo trizas.

Daría mucho por ser de esas personas que lo llevan todo con naturalidad. Quizás sería más fácil dejarse llevar con la ignorancia o el desinterés. Incluso pensaría en frialdad. Esa que congela los huesos, esa que es el otro extremo de la balanza y que desequilibra las preocupaciones, precipitándose al vacío del olvido.

Ojalá pudiera pensar en nada. Ojalá aprendiera de una maldita vez a dejar la mente en blanco y dormir sin un nudo en la garganta que baje hasta el estómago. Ojalá con cuatro respiraciones profundas o un movimiento de nariz se solucionara todo. Ojalá con un abrazo me hiciera olvidar para siempre; o por un rato. Solo pido unos minutos en los que la cabeza deje de pensar que tiene que preocuparse por cosas banales.
Solo unos minutos con él parecen suficientes para desahogarme por completo. Yo misma me inundo y pincho la única balsa que puede salvarme. Yo misma sumerjo la cabeza, cierro los ojos y la boca y espero. Espero hasta que una mano me tira del pelo y me trae de vuelta a la realidad. Puede ser él, pueden ser ellos, pueden ser todos. Me chillan susurros lejanos que tocan pero no arañan. Son agujas que intento clavar hondo, para que por fin surtan el efecto deseado.

Lo siento. Por no conseguirlo y por seguir pensando.
Lo intento. Con todas mis fuerzas, con todas mis ganas.

1.10.14

Derrumbes insignificantes.

Alguien me dijo una vez que los océanos creados a partir de charcos de agua son los que amargan la vida más dulce; que los problemas más insignificantes son aquellos a los que damos mayor importancia. También me dijo que era una estúpida por llorar por quien no lo merecía, y por gastar lágrimas que podrían ser requeridas en un futuro irremediablemente cercano. En ese momento no consideré su postura, y la ignoré tanto como ignoras al aire que respiras. 
Curiosamente, tanto el aire como ese consejo son vitales para que mi vida siga corriendo hacia ese futuro irremediablemente cercano. 
¡Qué paradójica es la vida! ¡Qué ilusos somos! Qué débiles, qué...
Qué frágiles. 
Nunca me había percatado de la belleza de un cisne de cristal, y de lo poco que dura en las manos equivocadas. No me había dado cuenta de lo fácil que es desaparecer entre la multitud de personas en un concierto, hundirse bajo el agua caliente de una bañera llena de espuma, perderse entre los árboles del parque que te recordaba a tu infancia.
Somos ese trozo de chocolate que se siempre se hunde en el bizcocho, el tornillo del pendiente en un suelo de azulejos. Somos esa débil luz que titila junto a la farola más potente del centro de Nueva York.

Somos nada, y al mismo tiempo, parte y todo.

Las partes conforman un equilibrio. Sin uno no hay dos, sin luz no hay oscuridad y sin carencia no hay necesidad. Que el sol después de la lluvia es lo más bonito que podemos ver.
Que la solución es la cara buena de un problema. 

Sin ti no hay nosotros.

Podemos seguir centrados en los charcos de agua y chapotear en ellos sin sentido, pero también podemos dar un salto y volver a una acera que lleva a todas partes. Quizás nos equivoquemos y volvamos a pisar otro charco; quizás nunca comprendamos el porqué de la necesidad de seguir saliendo de cada uno de ellos. Quizás ni la suma de las vidas de todos los seres vivos del planeta sea suficiente para que logremos entender lo que nunca nos entrará en la cabeza: que lo que parece una montaña tan solo es un cúmulo de granos de arena que se desmorona con un soplo de viento.
Hay gente que chapotea tan fuerte que todos centran su atención en ella, y normalmente son los que más ruido hacen aquellos que más ayuda necesitan. Pero hay otros que intentan no levantar mucha agua y evitar molestar a los que caminan a su alrededor en la acera. Y no por eso no están en los charcos más profundos; no por eso les importa menos; no por eso sienten menos; no por eso son más felices. 

Cada diez segundos hay un pequeño derrumbe dentro de una persona y hay un pie que se hunde en un charco que, en ese momento, todavía es pequeño. Cada diez segundos cae una roca más grande de la cumbre y el pie se hunde hasta el tobillo. Pero cada diez segundos dos personas se besan intensamente, miles de niños sonríen a carcajadas y millones de personas respiran vida. Saber decidir si esos diez segundos van a ser increíbles o destructivos solo depende de ese cisne de cristal que cayó en manos equivocadas. 

Diez segundos no son nada, y al mismo tiempo, parte y todo. 

30.8.14

De sombrero y gabardina.

Callad. 
Callad. 
Si calláis quizás entendáis lo que quieren decir en realidad. Quizás os paréis a pensar en qué hay detrás de una retina cristalina, de un labio tembloroso, de una pierna inquieta.
Callad. 
Callad y quizás habléis. Callad y seréis testigos del crimen que toda persona comete; o del indulto que te devuelve a la vida. Callad y presenciad lo que viene antes de la tempestad, la expectación tras una mala noticia, el respeto por alguien lo suficientemente inteligente como para entender que las palabras son innecesarias cuando dos miradas se cruzan. 
Callad. Callad y quizás descubráis que me refiero a esa mirada fija antes de romper a llorar; es hablar sin pronunciar sonido; es morir de preocupación y al mismo tiempo vivir de expectativas. 

No entiendo por qué el silencio es algo que no gusta demasiado. Quizás nos sentimos solos en un vacío de palabras que siempre entendimos como inalienables. Quizás nos vemos colgando de un pozo cuyo fondo es tan oscuro como una noche sin estrellas en pleno desierto. Acostumbro a saber mantener ese silencio que tanto odio —muy mala costumbre, lo sé—. 

Es un arma letal de doble filo. Diez segundos sin palabras puede ser aquello que te desmorone los esquemas y eche tus sueños abajo. Puede hacerte sentir culpable aún cuando eres tú la propia víctima de la tortura. Puedes creer que estás solo cuando más gente te rodea. A veces hasta un vacío se pone en nuestra contra. A veces —o casi siempre— un pozo de fondo oscuro tiene una cuerda demasiado corta para salvar a alguien. A veces las estrellas no terminan por aparecer en el desierto. 


Yo vivo en el silencio. 

Se está bien; no me quejo. Algo de compañía nunca viene mal, lo sabréis mejor vosotros que yo misma. Y sin embargo, es agradable que nadie te reconozca cuando pagas tu café o te pillan comprando chocolate en el supermercado. 
Se vive bien bajo un sombrero y una gabardina. Aunque no todo el mundo piense lo mismo. El silencio está infravalorado. Deberían dejar más claro que sin palabras también se habla —incluso se grita—, y que a veces se prefiere cerrar la boca antes que echarlo todo a perder.
Me gusta mantener la boca cerrada, porque hay moscas que no se merecen que la abra para ellas. 
Pero me gusta observar. Me gusta captar una conversación real, sincera y pura. Esas que se tienen con las miradas, con las manos y con las sonrisas. Me gusta averiguar lo que piensa una persona con solo levantarme un poco el sombrero, sonreír, asentir, darme la vuelta y volver por donde he venido.
Me gusta pasar desapercibida. Estar ahí y no estar al mismo tiempo. 
Las personas como yo —de sombrero y gabardina— son especiales. No todo el mundo puede vivir con una presencia invisible. Porque eso es lo que somos. Invisibles. Somos vistos si queremos ser vistos, y no nos busques porque no lograrás encontrarnos. 
A menos que te unas a nosotros. Entonces, quizás alguien se ponga en contacto contigo, y te envíen el sombrero y la gabardina reglamentarios por correo urgente. Y vivirás en las sombras. Acostúmbrate a vivir en el silencio; a conocerlo, a descifrarlo, a dominarlo y a manejarlo a tu antojo. Acostúmbrate a tener el vacío de tu parte, a dormir bajo una noche sin estrellas y a llevar siempre una cuerda extra larga para los pozos oscuros.
Y lo principal: cállate. 

¿Lo ves? A pesar de todo, otras veces hablo demasiado. Yo: la de sombrero y gabardina, a veces lo echo todo a perder por decir todo aquello que callé en su momento. 

Gabardina hasta el cuello, sombrero abajo, cabeza gacha y mirada inescrutable; vuelvo por donde he venido.

11.8.14

Pasiones.

Cuando estás al borde de un precipicio solo tienes dos opciones: dar un paso adelante o uno atrás. Las cosas son así de claras, y los caminos intermedios solo sirven para confundir a aquellos indecisos que crean un océano del charco más pequeño. Quizás todos empecemos siendo peonzas que giran sobre sí mismas, mareadas de tanto buscar la salida de un laberinto conformado por dos caminos rectos. Quizás pensamos tanto que un buen día pensemos lo impensable -valga la cruda redundancia-.
Y girando y girando, la peonza se detuvo. Cesó la única tarea que la mantenía en pie, como cuando una bailarina deja de bailar, o un escritor cuando pierde la inspiración. Se va la musa que gobierna un gran reino, abstracto, desconocido para aquellos que, a diferencia de algunos, no pueden leer a través de las pupilas.
Pero seguimos siendo animales cabezotas de asquerosas costumbres que chocamos tres, cuatro y cien veces contra una pared de ladrillo.
El orgullo nos hace trizas -o somos nosotros, sin apenas darnos cuenta-. No se puede culpar a algo intangible del daño más terrenal que se puede hacer, como no se puede culpar a la lluvia de una triste despedida.
Hay cosas obvias, y luego estamos nosotros.
Hay cosas que parecen y no son, que se intentan y no se logran, e incluso que se alegran y no sonríen. Hay cosas con tan poco sentido como la fórmula matemática; hay cosas que son porque tienen que ser.

"Tengo un hambre feroz esta mañana. Voy a empezar contigo el desayuno"


Pero hay brazos que calientan, manos que ponen los pelos de punta y labios que matan con el roce. Hay ojos que traspasan pieles, cabellos que tranquilizan y pestañas que provocan vendavales.
Hay risas... oh, risas. Hay risas que ilusionan hasta a aquel que está en el precipicio lleno de indecisiones. Hay pasiones que te atacan en el momento más inesperado, pasiones en baños, en parques, en ascensores.
Oh, Dios, las pasiones... ¿Qué frase lo suficientemente perfecta puede expresar lo que significa pasión? ¿Un beso de madrugada? ¿Bajo la lluvia? ¿Caricias en la espalda? ¿Sus labios en mi cuello? Mejor es dejarlo en una sola palabra: indefinible. Pasión es que no te salgan las palabras cuando lo miras a los ojos; dejar de respirar cuando sonríe; convertirte en gelatina si te abraza.

La pasión no existe en palabras, pero existe en actos. Ojalá todo fueran pasiones.

3.8.14

Sinsentidos

Querido desconocido:

Hace tiempo que no te escribo. Quizás es que soy feliz. ¿No es eso lo que pasa? ¿Que olvidas las rutinas y parece que vuelas? Es triste, desconocido, que se escriba solo de penas y melancolías. No me cabe en la cabeza —y me cuesta pensar que quepa en la de alguien— el hecho de que la tristeza inspire. ¿Estamos locos?
¡Qué ironía! Escribimos sobre lo que nos fastidia y nos causa dolor. Es tan fácil plasmarlo en papel que las manos se mueven por inercia y el cerebro se apaga. Cuando escribes cosas tristes, las palabras salen solas, anteriormente formadas en una cabeza que ya las ha exprimido lo suficiente.
La tristeza tiene un sabor amargo e incluso ácido, a zumo de limón —que, a propósito, no es de mi agrado—. Todos deberíamos hacer limonada; quizás echarle un poco de azúcar a una vida que solo sabe dar palos y poner piedras. ¿Y no es lo dulce algo mágico? ¿No es lo bueno algo confuso? Quizás sea eso lo que nos impide escribir, querido desconocido; lo que me impide escribir y que al mismo tiempo origina mi reflexión.
La vida es una paradoja que intenta ridiculizarnos cada tres minutos y medio, ¿no crees? Pero no me voy por las ramas —algo más que habitual en mí—. He averiguado la causa de la escasez de escritos alegres. Resulta, desconocido, que no sabemos expresarnos. ¡Chúpate esa! Ahora resulta que nosotros —sí: tú, yo, él, ella, nosotros, vosotros.... Todos— no tenemos palabras que logren definir la felicidad. Estamos tan acostumbrados a reflejar tristeza que cuando llega lo bueno nos paralizamos.
Ay de nosotros, de las paradojas andantes que somos, de la hipocresía que envuelve a lo que deseamos y lo que recibimos.

Acción-reacción. O quizás no.

La respuesta a la mirada que me echa cuando cree que yo no estoy mirándole. La sonrisa que formulan sus labios, cuando menea la cabeza y vuelve la vista hacia delante discretamente. El hecho de tenerle y no tenerle; de estar y no estar presente; de preguntar conociendo la respuesta. Esas cosas no tienen palabras que logren describirlas, porque no son hechos, son momentos. Y los momentos son abstractos, son fantásticos, y son creados en un plano superior al terrenal. 
Y pienso que quizás no toda acción tiene una reacción. Que a veces alguien actúa y prefieres disfrutar del momento antes que poner en marcha a la razón. A veces lo mejor es esa espontaneidad insana, esa locura pasajera y ese sentimiento de no saber si tienes los pies en la tierra o algo te eleva en el aire.




Lo nuestro es un sinsentido con más futuro que cualquier otra cosa; absurdamente bonito; inexplicablemente confuso.

Gracias, desconocido, por ser una vez más el diario más informal que puede existir, y al mismo tiempo el más adecuado. Si no hablo con alguien que no me juzga —aunque sea porque ni le conozco ni me conoce—podría explotar, o incluso volverme loca.

Ahora que lo pienso, en esos tiempos, la locura no me vendría nada mal...

22.7.14

Si de miradas hablamos...

La debilidad es algo tan, pero tan normal que a veces creemos que no existe. ¿Que por qué? Ojalá lo supiera. Ojalá supiera tantísimas cosas... Ojalá supiera lo que piensas cuando me miras como me miras, con ojos de corderito degollado o con los que me comen entera. Que quizás yo no sé de muchas cosas de la vida —y a veces debo aceptar que realmente no sé nada— pero que estoy dispuesta a ir poco a poco, a dar un paso tras otro. 
A veces ni yo controlo. A veces explotas, eres una bomba atómica que arrasa con todo, con lo que quieres y lo que no —aunque, aceptémoslo, siempre es con lo que quieres—. Y si pierdes lo que más quieres, ¿qué te queda? ¿Quiénes te acompañan cuando más sola te sientes? ¿Qué ojos te tranquilizan cuando los nervios te comen por dentro? 
Las lágrimas no están para que caigan por tus mejillas sin razón, pero tampoco necesitan de espectadores que las observen resbalar. No son como ese árbol que cae en medio de un bosque vacío. ¿Hace ruido? ¿Está? Las lágrimas están, y conforman esa vidriosa cubierta sobre la que depositas tu mirada. Las ves o no; las ven o no. ¿Acaso importa? Quizás no. Quizás lo que realmente importa es la gran causa de la lluvia...




Ojalá lo supiera todo... o quizás preferiría no hacerlo. Quizás prefiero enfrentarme a lo desconocido con tal de encontrarme contigo al abrir la puerta, en plan sorpresa. Quizás lo mejor sería equivocarme una vez sí y otra no, en vez de arrepentirme por no haberlo hecho cuando tuve la ocasión. Porque la probabilidad de que al tirar una moneda salga cruz es igual a la probabilidad de que salga cara, y que si la carretera se bifurca en dos, siempre habrá brisas a favor y huracanes en contra. Porque aquí en el mundo real —donde, por cierto, vivo solo de vez en cuando— no regalan nada y se lucha por todo. 
Puede que ser fuerte sea tan relativo como el miedo, como la gravedad o como la visión de todas las cosas, pero siempre hay cosas estables. Siempre hay determinación en la duda, transparencia en lo turbio y visibilidad en lo nublado; siempre hay un punto de apoyo que sostiene a la torre tambaleante, y siempre encontramos una pupila a la que aferrarnos cuando todo a nuestro alrededor da vueltas.
Porque unos ojos son algo inigualable. Porque si me miras me derrito, porque es debilidad. 
¿Que las debilidades no existen? Ojalá. De esa manera, quizás tu mirada no haría temblar mis piernas como una princesita en peligro. Quizás unos ojos tienen más poder que cualquier otra propiedad, y que controlen a una persona hasta límites insospechables; pueden generar adicción y retirarse para que el síndrome de abstinencia haga mella en cuerpos (débiles) como el mío.

Porque echo de menos esa mirada, y la espera se me puede hacer eterna.

12.7.14

Despertar.

Abres los ojos de par en par. Respiración agitada, pulso acelerado, frente perlada de sudor —que puede ser de temor, o del agobiante calor del verano—. 
Te pellizcas. Estás despierta. Has vuelto al mundo donde sueños y pesadillas conviven como unidad, donde todo es una mezcla homogénea y confusa que marea y nos obliga a levantarnos. 
No soy una niña —aunque a veces intente parecerlo—. No solo nos niños tienen pesadillas. Las pesadillas son malos sueños reflejo de miedos y temores. 
Yo temo. Temo como lo hace cualquier persona que aprecie lo que tiene; temo como cualquiera que sonríe por no llorar, que quiere a alguien que no está. Temo por los que no tienen miedo, porque entiendo que entonces no han vivido lo suficiente y no han sentido el riesgo de perder. Temo y sueño por aquellos que no son capaces de hacerlo por sí mismos, por los que creen que no hay motivos para temer. 
Temo no poder recordar. Temo verme sola ante un pasillo oscuro de tres puertas. Temo a la soledad, al olvido y a la oscuridad. Temo a que las sábanas se enreden alrededor de mis piernas y me impidan echar a correr.


Remember to remember that you are not alone.

Yo temo a pasar por la vida sin darme cuenta, a dejar de lado las cosas realmente importantes, a olvidar a aquellos que debo recordar. Temo olvidar cómo soy realmente, alienarme en modas abstractas y perderme entre un océano de peces exactamente iguales. Tengo miedo a ser normal, ordinaria y mediocre; a caer en una aburrida rutina-absorve-almas. Temo a no lograr pasar página, a quedarme en blanco frente a la nueva e incluso a ni siquiera terminar el libro. Temo por las promesas incumplidas, los sueños cuasi-imposibles y los cabezotas que chocan una y otra vez contra la misma pared.
Temo a temer, a no distinguir entre realidad y fantasía, a verme sola ante el peligro, a una parálisis pre-acción. Temo a ser cobarde cuando más valentía se necesita, a dar un paso atrás cuando dos hacia delante me llevarían a tus brazos. Temo a aquella llave que no encaja en ninguna cerradura, al último folio del bloc y a la última lágrima del bolígrafo que he utilizado durante toda mi vida.
Lo confieso: temo a los deseos imposibles.
No por temer se es temeroso —como no por no comer carne se es vegetariano—. Se teme a niveles relativos, directamente relacionados con lo que nos arriesgamos a perder.

Aunque últimamente temo demasiado. Será porque siento que tengo más que perder.

21.5.14

Impermeable.

Hoy llueve y no sé si he sido la culpable. Hoy llueve, y quizás el agua limpie un poco las malas pasadas.
Hoy llueve, truena y la noche se ilumina de relámpagos zigzagueantes que intentan iluminar un poco la oscuridad del profundo pozo de tus pupilas. Son chaparrones que se confunden con sudor y lágrimas, y ojalá supiera distinguirlas. 
Hoy llueve, y no tengo claro si llueve fuera o dentro, pero advierto peligro de inundación. Se inundan calles, pisos, alcantarillas, ojos, mejillas... El agua lucha por salir, porque es libre y merece serlo.
Hoy llueve. Quizás debería haberme pensado eso de cantar la noche anterior. Quizás mi voz ha llegado a la nota más rota que hay en la escala de sol, y las nubes se han roto conmigo. Cual niña pequeña, miro las nubes llorar lágrimas saladas, esas que ahora simplemente se precipitan suicidas desde un cielo que anhelamos paradisíaco. 
A saber lo que realmente hay allí arriba. A saber si cuando subamos la escalera, lo único que deseemos sea saltar de la nube y volver a la tierra.

Hoy llueve, y lluevo por ti. 
Lluevo agua con sal, y un pequeño toque de limón.
Lluevo el chupito de tequila que coronó la noche. Amargas lágrimas que han perdido hasta el derecho de surcar mejillas. 
Y los relámpagos me iluminan, como si fuera mi turno para llorar también. Empatizo con las nubes y las acompaño en el sentimiento, para cuando ellas me acompañan a mi.

Pero dicen eso de que después de la tormenta, viene la calma, y yo aguardo tranquilamente el cumplimiento de esa promesa. Espero sentada en el bordillo de la acera a que aparezcas por la esquina para disculparte, a que suene el maldito aparato en mi bolsillo o a que alguien me toque el hombro ligeramente.


Y que siga lloviendo. Y que se joda un poco la lluvia -o mucho.
Que se jodan todos los que intentan molestarme a base de tormentas, porque deberían saber que a mi todo me chorrea. Que el agua sólo me hidrata y da fuerzas, y que prefiero bailar bajo la lluvia antes que ocultarme bajo el sol más espléndido. Que me iluminen los relámpagos como focos, como si yo fuera la mejor bailarina del auditorio, y que parezca que realmente sé bailar ballet. Que el viento se lleve lo malo -y el paraguas también, de paso- y que barra las calles de eso que llaman "mala suerte".
Que aquí el que no viene a bailar bajo la lluvia, mejor que se dedique a hibernar, aunque se perdería una experiencia maravillosa.

16.4.14

El arte de equivocarnos.

Querido Desconocido:

¿No te cansas de actuar por inercia? ¿No es agotador ser robots autómatas que se mueven al ritmo de una acción superior?
Pensar. Pensar. Pensar. ¿No te cansas de pensar? 
¿Y la razón? ¿Para qué sirve esa insufrible voz que retumba en nuestra cabecita como un martillo a las tres de la mañana? Es como la resaca tras una noche intensa, el dolor que quieres aplacar a base de aspirinas. Un jodido Pepito Grillo que no deja la nariz de Pinocho crecer a base de errores.
Oh, el noble arte de la equivocación. Ese sentimiento de que todo va tan mal que no hay nada que pueda arreglarlo; de que el mundo gira en tu contra y encima vas cuesta arriba; de que las piedras se colocan con el propósito de que tropieces una y otra vez con ellas.
Oh, ese noble arte que todo lo puede. Esa sensación de que eres el Rey del mundo; de que vives en una montaña rusa y que hay que disfrutar cada curva; de que la fuerza que ejerce tu cuerpo para levantarte está directamente relacionada con las esperanzas renovadas que se incorporan al caudal de sangre y adrenalina.



Pero explícame, querido desconocido, qué pasa con el miedo. 
Oh, el miedo, terrible sentimiento que invade cuerpo y alma; bacteria y virus, agente externo que destruye las paredes del sistema inmunológico en un derrumbamiento peligroso y desordenado. Oh, el miedo, fiel seguidor de desdichas y tristezas, líder de las oportunidades perdidas, de los sueños incumplidos.
Miedo: aquello que paraliza tu cuerpo cuando vas a tirarte del trampolín más alto de la piscina de tu urbanización; lo que detiene tus pies cuando decides acercarte a hablar con él, lo que congela las palabras en tus labios que temen el rechazo absoluto. Miedo es que no lo besara cuando tuve oportunidad, que la mano se mantuviera en el volante y que la hebilla del cinturón no se separara de la tela. —No sabes cuán arrepentida estoy—.
Miedo es que no lo hagas porque no te atreves. 
Cobardes.
Somos cobardes en un mundo de riesgos; cobardes en una continua clase de paracaidismo;  cobardes en conformidad con un sistema computarizado. Somos cobardes analíticos sin carácter ni huevos para lanzarnos al abismo del azar. 
No hay huevos.

Así que sí, tengo un problema y lo acepto, desconocido: «Mi problema es analizar la vida, en vez de vivirla». Mi problema es darle tropecientas mil vueltas al regaliz antes de probarlo definitivamente; mover el café infinidad de veces hasta que haya perdido su característico calor; negar con la cabeza antes de sopesar la opción, y levantarme cuando en realidad su fuerza de gravedad me devolvía al colchón. Qué equivocada estaba...
Pedazo de analista que estoy hecha, y pedazo de vividora que quiero ser.

Después de mucho análisis —y más vueltas que un trompo—, me despido.

Una analista analizada en rehabilitación.

15.3.14

Doctorado en ciencias.

Si se dice que de las letras se vive, y que entre letras se muere, yo resbalo en la curva de tus úes y cruzo el puente de tus aes con el fin de llegar al punto de tus íes. Y como las vocales nunca han sido suficiente, me paso a las consonantes para alargar un poco nuestra historia. Que de verbos no entiendo mucho, porque pasado es presente con un futuro cercano que puede o no estar compuesto. Y es que si los tiempos verbales son un lío de cojones, que alguien me diga por qué narices dividimos la vida en ellos. 
Ah, la vida. Eso que pasa mientras que intentamos soñar dormidos. También se dice que entre libros se sueña, pero yo prefiero una realidad de ensueño. Empírico, racional. Quiero algo que tocar, que comprobar y experimentar. Quiero algo que pase a la historia como «eso que ocurrió y que no se soñó». Que soñar es muy fácil cuando vives en ti misma, pero salir a la calle y que el aire te dé una bofetada es algo más que un simple sueño. 
Ah, los sueños; meras expresiones de los deseos más profundos -o no tanto- que martirizan la vida. Ah, los sueños; esas nubes inalcanzables que adoramos observar. Me he cansado de las letras, de sus promesas incumplidas, de los cristales rotos que me devuelven a una realidad dolorosamente verdadera.



Tú utilizabas la poesía, ese antiguo método de conquista de caballero andante. Quizás te pasaste a la narrativa al ver que no tenía mucho efecto sobre mí -y ahora puedo revelarte que no era cierto, y que tu voz grave calaba hasta lo más hondo de mis huesos-. Y luego escribías. Ay dios, si se cumpliera lo que apuntabas en ese escondido cuadernito azul...
Pero por mucho que tu utilizaras las palabras, te tengo calado: no eras de letras, y eso se notaba a leguas. 
Me paso a ciencias, a ti.
Por matemáticas, y que calcules la frecuencia de mis sonrojos; por física, y que sepas la rapidez con la que caigo en el pozo de tus pupilas; química, o esa reacción que suma H2O y a ti, originando una nueva molécula; o biología, quizás, para que sepas cómo la sangre bombea mi corazón a velocidades desorbitadas cuando te acercas. 
Y es que, oh, chico, eres fuerza centrípeta, mi gravedad y esa ecuación que calcula la velocidad de mi latidos.

22.2.14

Incorpóreo y omnipresente.

Yo no miento. Mentir es cosa de cobardes. 

En la vida se es valiente cuando vas con la verdad por delante, con la sinceridad como principio y final -o al menos eso pienso yo-. 
Y la verdad duele, oh sí.  
La verdad se puede describir; comparar; hiperbolizar. Se puede decir que la verdad es como un jarro de agua fría que congela tus huesos nada más rozarte la piel. La verdad es incorpórea, y traspasa con facilidad las barreras del corazón para atacarlo desde dentro. La verdad explota cuando no puede seguir siendo cobarde y vomita flores marchitas y e intentos de olvido. La verdad es la mejor en el escondite, y no se deja pillar. 
Pero si la verdad quiere salir, sale. Y cuando lo hace, ciega a todo el que esté en su rango de alcance. Emite una luz tan brutal y potente que anula los aparatos eléctricos, cual campo magnético. 

Yo no miento. Mentir es cosa de cobardes. 
Y fui cobarde al decir que lo olvidaría. 

Yo no olvido. Olvidar es para aquellos que no pueden superar. 

Olvidar es para los que no son capaces de asimilar lo malo y tirar para delante; es la acción que llevan a cabo los que no quieren sufrir el pasado. Pero intenta olvidar una carga de cien kilos que se balancea sobre tus hombros. ¿La sientes? Pues eso no lo olvidas, por mucho que te esfuerces, que trates y que intentes sustituirla, la carga es pegajosa e inseparable. Los recuerdos son babosas del pasado que nunca resbalan de tu piel. Están ahí siempre, y no intentes despegarlas de tu cuerpo porque sólo harán más daño. Se llevan parte de ti con ellas y te dejan en un estado lamentable y depresivo. Te dejan en un estado de cobardía que comenzó a ser insuperable y que poco a poco se ha reafirmado en su teoría. 

Yo no olvido. Por ello, si no miento ni olvido; si digo la verdad y supero, ¿en qué me convierto?

21.2.14

De once en once y nomino porque me toca.

¡Buenas! Entre deseo y deseo surgen pequeñas muestras que me alegran el día, y me he enterado de que me han nominado a los premios Liebster Awards, que consiste en nominar a esos blogs ocultos y con potencial para que salgan a la luz. De once en once, y tiro porque me toca...
En fin, que muchísimas gracias a Blue, que me encanta tu blog y que entiendo lo que tienes con el azul.

Os dejo los que debeis hacer en caso de ser nominados:
~ Agradecer al blog que te nominó y seguirlo.
~ Responder a sus once preguntitas.
~ Nominar a once blogs con menos de doscientos seguidores.
~ Avisarles.
~ Realizar once nuevas preguntas a los nominados.

Y las preguntas de Blue:

1. ¿Qué es lo que te inspira a la hora de escribir?
     Yo escribo lo que deseo. Escribo lo que me ha pasado -en el caso que lo haya vivido- y lo que me gustaría que pasase. A veces es más fácil inspirarse en sueños que en verdades.

2. ¿Cuáles tu libro favorito y por qué?
     Este tipo de preguntas duelen en el alma, sobretodo cuando no puedes elegir sólo uno. Pero me decantaré por Dos velas para el diablo, de Laura Gallego García. No creo que haya leído libro con más entusiasmo; he deseado una segunda parte más que un aprobado; y lo he releído... He perdido la cuenta.

3. ¿Con qué personaje de libro/película te identificas?
     Hermione Granger, sin duda. Soy una empollona en potencia, seria, responsable, adoror leer... en fin, que han sido siete libros intensos.

4. Si pudieses cambiar algo del mundo, ¿qué sería?
    No creo que pueda cambiar el mundo yo sola, pero no estaría mal que los libros fueran más baratos. Como el olor a libro nuevo, NADA.

5. ¿Qué lugar es el que más te apetece visitar?
     Italia. Toooodo Italia.

6. Si tuvieses que vivir dentro de una película, ¿en cuál sería?
    Harry Potter. Cualquiera, no me importaría -si puedo todas mejor-. Soy completamente friki de el mundo mágico -y no una muggle cualquiera-.

7. La primera canción que se te pase por la cabeza.
    The call, de Regina Spektor.

8. ¿Qué es sobre lo que más escribes?
    Amores imposibles y encuentros imaginarios. Escribo sobre lo que no he vivido y me gustaría vivir; sueños y fantasías.

9. Defínete en una palabra.
    Soñadora.

10. ¿Tienes algún libro o película al que le hayan dado muy buenas críticas y a ti no te haya gustado? ¿Cuál?
       Sí. Tuve serios problemas tras la película Avatar. No me había parecido taaaan buena -por favor, no me tiréis demasiados tomates-. No tenía la chispa que esperaba.

11. ¿Qué es lo que más te gusta hacer en tu tiempo libre?
       Me turno entre leer y escribir.

Mis nominados:

~  X.

Y aquí van mis preguntas:
- ¿Estudias o trabajas? - ¡Es broma! Ahora en serio, aquí os las dejo:

1. ¿Cómo surgió esa necesidad impetuosa de escribir?
2. ¿Personaje de libro cuyo lugar ocuparías?
3. ¿Tu antagonista favorito (ese que debería haber tenido algo más de protagonismo)?
4. ¿Qué estudias o qué te gustaría estudiar?
5. ¿Ebook o papel?
6. ¿Algún libro que se te haya resistido (sin importar cuánto intentaste terminarlo)?
7. ¿Prefieres escribir textos aislados o te has embarcado en alguna historia larga?
8. ¿Ese autor que deseas conocer?
9. ¿Tus dos libros preferidos? (Porque sé cuán difícil es escoger sólo uno).
10. ¿Café o chocolate caliente?
11. ¿Uno de esos deseos imposibles?

Y otra cosa mariposa, si participáis, ¿me podéis avisar? Me haría muchísima ilusión saber qué habeis respondido. ¡Poco a poco nos damos a conocer, mis valientes!

11.2.14

Escepticismo.

¿San Valentín? ¿Eso existe? 
Espera. No me hagas caso. No creas que soy otra despechada solterona que cada catorce de febrero se queja de no estar con nadie. No. No esperes encontrar miles de tristes decepciones y maldiciones acerca de la cantidad de parejas empalagosas que se besan en cada esquina y se regalan corazones de chocolate.


Ay, Dios. En realidad sí quiero eso -como gran parte del mundo-, pero voy a intentar ocultarlo con una estereotipada reflexión. Que si es una oda a la compra y al capitalismo; el día de la publicidad; una obra de teatro llena de actores de segunda que fingen vidas perfectas y deseadas. Es otra manera de hacernos creer que los «y vivieron felices y comieron perdices» de cuentos de hadas son el único destino. 

Me río yo del destino.
¿Acaso puedes definirlo? ¿Es eso que dice que hay un alma gemela, una media naranja para mí? ¿Que hay alguien esperando a la vuelta de la esquina para cruzar sus ojos con los míos y sufrir esa enfermedad denominada «amor a primera vista»? No. No creo que todo esté tan perfectamente calculado en un plan malévolo que ha organizado quién sabe quién y quién sabe dónde. 
Hipócrita, porque igualmente lo espero. Lo espero con dudas que martillean la cabeza de cualquiera que piense más de dos veces las cosas: ¿qué cojones hago mientras tanto? Porque no sé quién es, dónde está y qué lleva puesto. ¿Y si me lo he cruzado en el semáforo del supermercado y no he levantado la mirada de la acera? ¿Y si bailé con él en la última fiesta de año nuevo? ¿Y si es el guapo chico que me mira mientras escribo esto en la biblioteca? ¿Y si no está en ningún sitio? 
Ahí está la respuesta a mi escepticismo. Que quizás se ha perdido por el camino de ese supuesto destino del que hablan tanto, o se ha encontrado a alguien con quien ha congeniado a las mil maravillas. Y me he quedado con un alma sin su par, con una mitad de la naranja y siendo tan escéptica como al principio. 
Así que dime ahora tú, ¿san Valentín? ¿Eso existe?

25.1.14

Desahogos (que ya tocaban).

Querido desconocido:

Hace mucho tiempo que no hablamos, y siento que te haya dejado un poco de lado. No quiero que pienses que sólo me dirijo a ti cuando tengo alguna pregunta que un conocido no me puede responder. No te estoy utilizando. 
Pero ya que estamos, y parece que sigues leyéndome, te lanzo la pregunta: ¿Tú sientes impotencia? ¿No tienes esos días en los que todo va de cabeza al suelo, a pique? Te explico, por si no lo has entendido: Son días en los que sólo quieres llorar, y lloras hasta que tienes los ojos rojos y te pican tanto que no puedes abrirlos. Son días en los que es mejor quedarse en la cama para evitar equivocarte y poner en el suelo el pie izquierdo. Y es ese día en el que un par de personas fundamentales en tu vida se van, y no los volverás a ver, a abrazar y a besar en seis meses. Y luego no logras aparcar el coche, porque una furgoneta gigante ha decidido (¡por cojones!) aparcar en la acera de enfrente y tu pequeño cochecito no puede moverse. Embrague; marcha atrás; todo el volante hacia un lado; embrague; pones primera y tiras pa'lante.
Y sueltas un mierda cuando ves que te separa un metro del bordillo. 
Discúlpame por blasfemar tanto, pero estoy indignada, impotente y cansada. Estoy muerta de sueño y me he tragado dos valerianas a ver si consigo dormir algo porque, para colmo, mañana tengo que madrugar.
Sí, querido desconocido. Este no ha sido un mal día, sino un fin de semana entero -y mira que me gustan los fines de semana-. 

Así que hoy es sábado de desahogo -o casi domingo-.




Si has terminado de leer significa que en el fondo -muy en el fondo, aunque intentes ocultarlo- te importaban mis preocupaciones. Así que gracias, querido desconocido, por estar ahí cuando un conocido no puede, por sevirme de desahogo cuando las lágrimas no hablan por sí mismas y cuando mi conciencia no hace más que martillearme un poco más la cabeza, sin darme respuestas coherentes. Gracias, desconocido, por soportarme cuando estoy de mala leche -con perdón- por el jodido aparcamiento -otra vez perdón-.

Hasta otro desahogo, desconocido.

Postdata: No voy a coger el jodido coche nunca más. Dicho está.

20.1.14

El Holmes del pasillo 12.

Yo no lo había visto antes.
No es que me hubiera fijado. No me había puesto a mirar a cada persona que había en la acogedora biblioteca de mi barrio. Yo iba de vez en cuando -más en cuando que de vez-, y me pasaba horas y horas en uno de los mullidos sillones a un lado del sector de novela de misterio, en el pasillo 12. 
Y no lo había visto antes. Hasta que un día, cuando el detective Poirot y sus interminables interrogatorios me dieron un suspiro, desvié la vista hacia el lado opuesto de la sección.
Y allí estaba. Tumbado cuan largo era -exactamente igual que yo- en otro de los cómodos sillones al otro lado del corredor. Justo frente a mí.
Puede parecer una locura, o se me puede considerar despistada, pero nunca había mirado hacia delante mientras leía. Él siempre llegaba después que yo y se iba antes. Era etéreo, invisible.
Pero ese día lo vi, y no lo pude olvidar.

Él -llamémoslo Holmes, pues eso leía cuando lo descubrí- pareció percatarse de que lo observaba, porque levantó la cabeza del libro y me miró. Yo, como tonta e ingenua, volví rápidamente a mi lectura, deseando en lo más profundo que no se hubiera dado cuenta de mi descarado análisis.
Creo que sí lo hizo. Holmes se levantó, dejó el libro en su lugar en la estantería y salió de la biblioteca.
Extrañada, decidí olvidar el incidente, pensando que probablemente nunca más lo volvería a ver por allí.

Pero al día siguiente regresó. Cogió el mismo libro y se sentó exactamente en el mismo lugar que el día anterior, sin preocuparse de mis posibles -y probables- miradas. Yo, sorprendida, decidí ser discreta: me tumbé más en el sillón, coloqué el libro frente a mí y me puse las gafas en la nariz de manera que él, por mucho que lo intentara, fuera incapaz de saber si lo observaba o no a través de las hojas y del marco. De vez en cuando pasaba una página para disimular mi exhaustivo análisis, pero no perdía detalle de lo que Holmes hacía.
Un día tras otro. Curiosa por averiguar quién era aquel chico que había aparecido de la nada frente al pasillo 12 de la sección de misterio.
Tenía el pelo castaño oscuro, algo largo y desaliñado pero sin llegar a ser descuidado. Cuando llegaba al final de la página, el flequillo siempre le caía sobre sus ojos, cuyo color me era imposible de determinar a aquella distancia. Holmes se lo apartaba, siempre con los finos labios fruncidos y un suspiro molesto. Vestía normalmente vaqueros y converse, y de vez en cuando traía camisas que le quedaban realmente bien; de cuadros. Uno de esos días -intensos, por cierto-, terminó el libro que leía, se levantó del sillón sin hacer ruido e inspeccionó las estanterías en busca de su próxima presa. Estiró el brazo y cogió uno de los libros de las baldas más altas. Los músculos del brazo se marcaron a través de la camiseta de manga corta azul y mis ojos se abrieron desmesuradamente. Carraspeé, disimulando mi estúpida reacción y pestañeé tantas veces que creí que se habría dado cuenta de mi nerviosismo.
Pero él no me miró, sino que se sentó en el suelo, de perfil a mí, y me honró con una nueva visión de su rostro. La luz perfilaba su nariz y sus labios, y leía con una tranquilidad que admiré.

Alívio Imediato

Ese día me enfadé conmigo misma.
No podía creer que llevara una semana observando a Holmes como si fuera una acosadora. Así que me levanté bruscamente, cerré el libro con mal genio y lo dejé en la estantería con el ceño fruncido.
Holmes me miró.
Me quedé quieta en mi sitio, en medio del pasillo. Sostuve su mirada, paralizada. Él se levantó, cerró el libro, dejándolo en su sitio, y se acercó a mí con una sonrisa.
- Soy Sherlock - se presentó, ofreciéndome la mano -. Tú debes de ser Anne.
Asentí y la estreché, demasiado sorprendida como para responder. Tras esas palabras de cortesía, él se alejó por el pasillo y salió de la biblioteca.

No lo he vuelto a ver. Y no es porque él no haya vuelto por allí -que no lo sé.
Es que fui yo la que no volví.