22.7.14

Si de miradas hablamos...

La debilidad es algo tan, pero tan normal que a veces creemos que no existe. ¿Que por qué? Ojalá lo supiera. Ojalá supiera tantísimas cosas... Ojalá supiera lo que piensas cuando me miras como me miras, con ojos de corderito degollado o con los que me comen entera. Que quizás yo no sé de muchas cosas de la vida —y a veces debo aceptar que realmente no sé nada— pero que estoy dispuesta a ir poco a poco, a dar un paso tras otro. 
A veces ni yo controlo. A veces explotas, eres una bomba atómica que arrasa con todo, con lo que quieres y lo que no —aunque, aceptémoslo, siempre es con lo que quieres—. Y si pierdes lo que más quieres, ¿qué te queda? ¿Quiénes te acompañan cuando más sola te sientes? ¿Qué ojos te tranquilizan cuando los nervios te comen por dentro? 
Las lágrimas no están para que caigan por tus mejillas sin razón, pero tampoco necesitan de espectadores que las observen resbalar. No son como ese árbol que cae en medio de un bosque vacío. ¿Hace ruido? ¿Está? Las lágrimas están, y conforman esa vidriosa cubierta sobre la que depositas tu mirada. Las ves o no; las ven o no. ¿Acaso importa? Quizás no. Quizás lo que realmente importa es la gran causa de la lluvia...




Ojalá lo supiera todo... o quizás preferiría no hacerlo. Quizás prefiero enfrentarme a lo desconocido con tal de encontrarme contigo al abrir la puerta, en plan sorpresa. Quizás lo mejor sería equivocarme una vez sí y otra no, en vez de arrepentirme por no haberlo hecho cuando tuve la ocasión. Porque la probabilidad de que al tirar una moneda salga cruz es igual a la probabilidad de que salga cara, y que si la carretera se bifurca en dos, siempre habrá brisas a favor y huracanes en contra. Porque aquí en el mundo real —donde, por cierto, vivo solo de vez en cuando— no regalan nada y se lucha por todo. 
Puede que ser fuerte sea tan relativo como el miedo, como la gravedad o como la visión de todas las cosas, pero siempre hay cosas estables. Siempre hay determinación en la duda, transparencia en lo turbio y visibilidad en lo nublado; siempre hay un punto de apoyo que sostiene a la torre tambaleante, y siempre encontramos una pupila a la que aferrarnos cuando todo a nuestro alrededor da vueltas.
Porque unos ojos son algo inigualable. Porque si me miras me derrito, porque es debilidad. 
¿Que las debilidades no existen? Ojalá. De esa manera, quizás tu mirada no haría temblar mis piernas como una princesita en peligro. Quizás unos ojos tienen más poder que cualquier otra propiedad, y que controlen a una persona hasta límites insospechables; pueden generar adicción y retirarse para que el síndrome de abstinencia haga mella en cuerpos (débiles) como el mío.

Porque echo de menos esa mirada, y la espera se me puede hacer eterna.

12.7.14

Despertar.

Abres los ojos de par en par. Respiración agitada, pulso acelerado, frente perlada de sudor —que puede ser de temor, o del agobiante calor del verano—. 
Te pellizcas. Estás despierta. Has vuelto al mundo donde sueños y pesadillas conviven como unidad, donde todo es una mezcla homogénea y confusa que marea y nos obliga a levantarnos. 
No soy una niña —aunque a veces intente parecerlo—. No solo nos niños tienen pesadillas. Las pesadillas son malos sueños reflejo de miedos y temores. 
Yo temo. Temo como lo hace cualquier persona que aprecie lo que tiene; temo como cualquiera que sonríe por no llorar, que quiere a alguien que no está. Temo por los que no tienen miedo, porque entiendo que entonces no han vivido lo suficiente y no han sentido el riesgo de perder. Temo y sueño por aquellos que no son capaces de hacerlo por sí mismos, por los que creen que no hay motivos para temer. 
Temo no poder recordar. Temo verme sola ante un pasillo oscuro de tres puertas. Temo a la soledad, al olvido y a la oscuridad. Temo a que las sábanas se enreden alrededor de mis piernas y me impidan echar a correr.


Remember to remember that you are not alone.

Yo temo a pasar por la vida sin darme cuenta, a dejar de lado las cosas realmente importantes, a olvidar a aquellos que debo recordar. Temo olvidar cómo soy realmente, alienarme en modas abstractas y perderme entre un océano de peces exactamente iguales. Tengo miedo a ser normal, ordinaria y mediocre; a caer en una aburrida rutina-absorve-almas. Temo a no lograr pasar página, a quedarme en blanco frente a la nueva e incluso a ni siquiera terminar el libro. Temo por las promesas incumplidas, los sueños cuasi-imposibles y los cabezotas que chocan una y otra vez contra la misma pared.
Temo a temer, a no distinguir entre realidad y fantasía, a verme sola ante el peligro, a una parálisis pre-acción. Temo a ser cobarde cuando más valentía se necesita, a dar un paso atrás cuando dos hacia delante me llevarían a tus brazos. Temo a aquella llave que no encaja en ninguna cerradura, al último folio del bloc y a la última lágrima del bolígrafo que he utilizado durante toda mi vida.
Lo confieso: temo a los deseos imposibles.
No por temer se es temeroso —como no por no comer carne se es vegetariano—. Se teme a niveles relativos, directamente relacionados con lo que nos arriesgamos a perder.

Aunque últimamente temo demasiado. Será porque siento que tengo más que perder.